
1. Enseñar al que no sabe. Es una bonita obra de misericordia, pero a veces nos encariñamos tanto con ella que queremos dar lecciones a todo el mundo. Esta misericordia debemos practicarla con moderación. A lo mejor es preferible que te dejes enseñar. Esto también es obra de misericordia: saber escuchar y agradecer lo que has aprendido. Todos necesitamos aprender unos de otros, incluso el profesor del alumno, y el padre del hijo, y el empresario del obrero. Enseña, sí, al que no sabe, pero sin humillarle. Enséñale a saber. Y –no hace falta decirlo- para que sea obra de misericordia se necesita una condición: la gratuidad. (Leer más)
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